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La historia de Salo
En los pequeños pueblos del condado de Marsabit, en Kenia, la vida se ha vuelto un desafío tras tres años de sequía implacable. La arena lo cubre todo, llenando las grietas del suelo, donde antes crecían cultivos. La lluvia no ha llegado en cinco temporadas, dejando la tierra seca y a las personas en una lucha desesperada por sobrevivir.
Salo, una madre de cuatro hijos, comparte con nosotros su angustia: “Esta sequía es un gran desafío para nosotras, las madres que estamos amamantando, porque no tenemos suficiente alimento para producir leche”. Para madres como ella, la falta de acceso constante a alimentos ha causado malnutrición, poniendo en riesgo tanto su salud como la de sus bebés en un momento crucial de sus vidas.
En las mañanas, Salo y su familia se reúnen frente a su hogar, una modesta casa de paja, mientras ella machaca granos de maíz para preparar la única comida del día. Quizás sea la última vez en días que ellos y sus pocos animales tengan algo que comer. “Lo que más temo es la falta de comida, especialmente para nuestros hijos”, dice con una tristeza que se hace palpable. “Si esta sequía continúa y no recibimos apoyo pronto, temo que la gente comenzará a morir”.
Los precios de los alimentos se han disparado en toda África Oriental, y comunidades como la de Salo, ya marginadas y vulnerables, sufren las consecuencias de la inseguridad alimentaria, los partos inseguros en casa y la falta de prácticas básicas de higiene.
Aquí es donde Amref ha marcado la diferencia. Han brindado un alivio crucial a las familias más afectadas por la sequía, proporcionando transferencias de dinero y medios de subsistencia.
Pero la falta de agua agrava aún más la situación. El 90% de las fuentes superficiales de agua en la región se han secado. La última vez que el río cercano al hogar de Salo llevó agua fue en abril de 2020. “Solemos tener agua aquí, pero con las lluvias fallidas en los últimos tres años, todo es diferente”, comenta ella.
En su aldea, la única fuente de agua está agotándose. Salo y otras mujeres deben esperar horas, a veces durante las frías noches, para captar el agua que gotea entre las rocas. “Es difícil conseguir agua. De noche hace frío, y tememos que nuestros hijos, que llevamos a cuestas, contraigan neumonía”, explica con preocupación.
A pesar de todo, Amref sigue presente. Llevan agua, alimentos y atención a las familias y su ganado, protegiendo lo que queda de estas comunidades. No obstante, la sequía no solo afecta la seguridad alimentaria, sino que está profundizando las vulnerabilidades preexistentes en estas comunidades ya golpeadas por la pobreza.
En los pequeños pueblos del condado de Marsabit, en Kenia, la vida se ha vuelto un desafío tras tres años de sequía implacable. La arena lo cubre todo, llenando las grietas del suelo, donde antes crecían cultivos. La lluvia no ha llegado en cinco temporadas, dejando la tierra seca y a las personas en una lucha desesperada por sobrevivir.
Salo, una madre de cuatro hijos, comparte con nosotros su angustia: “Esta sequía es un gran desafío para nosotras, las madres que estamos amamantando, porque no tenemos suficiente alimento para producir leche”. Para madres como ella, la falta de acceso constante a alimentos ha causado malnutrición, poniendo en riesgo tanto su salud como la de sus bebés en un momento crucial de sus vidas.
En las mañanas, Salo y su familia se reúnen frente a su hogar, una modesta casa de paja, mientras ella machaca granos de maíz para preparar la única comida del día. Quizás sea la última vez en días que ellos y sus pocos animales tengan algo que comer. “Lo que más temo es la falta de comida, especialmente para nuestros hijos”, dice con una tristeza que se hace palpable. “Si esta sequía continúa y no recibimos apoyo pronto, temo que la gente comenzará a morir”.
Los precios de los alimentos se han disparado en toda África Oriental, y comunidades como la de Salo, ya marginadas y vulnerables, sufren las consecuencias de la inseguridad alimentaria, los partos inseguros en casa y la falta de prácticas básicas de higiene.
Aquí es donde Amref ha marcado la diferencia. Han brindado un alivio crucial a las familias más afectadas por la sequía, proporcionando transferencias de dinero y medios de subsistencia.
Pero la falta de agua agrava aún más la situación. El 90% de las fuentes superficiales de agua en la región se han secado. La última vez que el río cercano al hogar de Salo llevó agua fue en abril de 2020. “Solemos tener agua aquí, pero con las lluvias fallidas en los últimos tres años, todo es diferente”, comenta ella.
En su aldea, la única fuente de agua está agotándose. Salo y otras mujeres deben esperar horas, a veces durante las frías noches, para captar el agua que gotea entre las rocas. “Es difícil conseguir agua. De noche hace frío, y tememos que nuestros hijos, que llevamos a cuestas, contraigan neumonía”, explica con preocupación.
A pesar de todo, Amref sigue presente. Llevan agua, alimentos y atención a las familias y su ganado, protegiendo lo que queda de estas comunidades. No obstante, la sequía no solo afecta la seguridad alimentaria, sino que está profundizando las vulnerabilidades preexistentes en estas comunidades ya golpeadas por la pobreza.